VUELTA A LA PENINSULA IBERICA II
Introducción
Este relato, entresacado del diario de a bordo, va dedicado a todos aquellos que aman el mar, aunque yo prefiero decir la mar en femenino por su poder de seducción, y gustan de disfrutarla en la navegación de crucero viviendo aventuras y situaciones que perduran en el recuerdo con el regusto de experiencias acumuladas, en contacto directo con la Naturaleza y sorteando con habilidad las dificultades para coronar la singladura con éxito.
La mar, de por sí de especial dureza, es el mundo de la no violencia en el que de nada sirve plantarle cara cuando se enfurece, siendo la única forma de sobrevivir en ella el sortear su furia aunque para ello haya que variar el rumbo o ponerse al abrigo de cualquier puerto no previsto. En la mar todo es más despacio, se impone la prudencia, el objetivo de la navegación de crucero es llegar, y no llegar el primero sino simplemente llegar, por lo tanto desde el nudo que hacemos para poner las defensas hasta los cálculos de la carta y comprobaciones de GPS e instrumentación de a bordo pasando por el ordenamiento de pertrechos y vigilancia constante del rumbo, todo, absolutamente todo ha de hacerse despacio y sosegadamente, sin que ello sea óbice para que en un momento crucial el reflejo rápido y la previa atención sean decisivos para evitar un disgusto serio.
Pretendemos con ello, desde nuestra imparcialidad de amantes de la mar y usuarios de los servicios náuticos, por un lado animar a todos aquellos que disponiendo de una embarcación adecuada quieran descubrir nuevos horizontes y vivir emociones inolvidables, y por otro insistir en la necesidad de una formación adecuada, pues en la mar de ella depende la seguridad.
Este es pues el relato de una travesía desde la costa de Sitges hasta las costas gallegas, en una embarcación de poco más de diez metros de eslora tripulada por tres amigos amantes de la mar y sus aventuras, y realizada con mucha ilusión y rigor profesional en un ambiente de buena convivencia. Nuestro deseo sería, que además de entretenerles unos minutos con su lectura sirviera para estimular la afición a la navegación de crucero, que estamos seguros que sienten muchas personas de toda edad y condición y a quienes gustaría emularnos. A ellos especialmente les recomendamos una lectura reflexiva de los aconteceres que vivimos, para poder discernir lo que hicimos bien de lo que hicimos mal y progresar así en el conocimiento de la apasionante aventura de la navegación.
Datos de la embarcación
Nombre......................Moramar
Matrícula.......7ª-BA-2-2657-91
Material del casco......Plástico
Marca.........................Grand-Banks
Modelo.......................Classic
Eslora........................10,54 mts
Manga........................ 3,79 mts
Puntal......................... 1,58 mts
Ca lado........................ 1,14 mts
Astillero constructor....American Marine
Año de construcción...1977
Nº de motores............. 2
Marca..........................Ford
Potencia.......................120 H.P. cada uno
Datos de la tripulación
José Manuel Baldor, 41 años, capitán, veterano marino y piloto de confianza de Marina Estrella para traslados de altura y bajura
Carlos García, 38 años, 2º piloto
Emilio García, 65 años, marinero y patrón de embarcaciones deportivas
Preparativos
Primer contacto con el Moramar a las 10 horas AM del lunes 18-09-00, en el puerto deportivo de Aiguadolç, en Sitges, viendo por primera vez el barco y observando la presencia a bordo de un técnico que está intentando reparar el piloto automático, que según nos explica, se desactiva tras una media hora de navegación.
Repaso a la máquina y pertrechos y ubicación del equipaje en los camarotes de proa y popa, alojándonos Carlos y yo compartiendo el de proa y dejando la estancia de popa, más grande y confortable, al capitán y amigo José Manuel Baldor. (fotos 1, 2, y 3)
En una primera inspección detectamos una fuga en la bomba de agua del motor de estribor, fallos en las luces de navegación, y la falta de una balsa salvavidas, además de advertir que era preciso cambiar el aceite y filtros de los motores para afrontar con garantías mínimas la singladura de más de mil millas náuticas que nos esperaba.
Para esta última operación requerimos los servicios de Luis, un veterano profesional conocedor de la embarcación, quien nos explica que hasta las 8 horas del siguiente día no podrá atendernos, aceptando nosotros ese condicionante en aras de la seguridad y aunque ello signifique una demora en la partida. Mientras tanto, dedicamos el día a aprovisionarnos de cuanto creímos necesario, y que se plasmó en una larga lista confeccionada al efecto entre los tres protagonistas de esta aventura. (foto 4) Para ello alquilamos un coche en el que trasladamos todo hasta la misma pasarela del Moramar, y tras acondicionar víveres, ropas, y pertrechos en la embarcación que iba a ser nuestra casa durante casi dos semanas revisamos hasta el último rincón su habitáculo, y mediada la tarde nos desplazamos andando a Sitges recorriendo su paseo marítimo a pie y observando muy de cerca la mar en un intento de adivinar su verdadero estado para saber si era compatible con los avatares de nuestra aventura.
Cena en un acreditado restaurante de esa población, y nuevo paseo de regreso al Moramar en el que descansamos del ajetreado día arrullados por la placidez de la noche mediterránea, al resguardo del puerto de Aiguadolç y oyendo a lo lejos el fragor de las olas revueltas.
Martes 19-09-00
Encendido de los motores a las 7,30 AM como paso previo para el cambio de aceite, desayuno en la misma taberna del puerto que gusta de frecuentar el Rey Juan Carlos, y mientras Carlos supervisa y ayuda a Luis en sus tareas, Baldor y yo nos dirigimos a un puesto de Internet para recabar la información meteorológica que precisamos y que nos es facilitada, imprimiendo tanto las páginas de olas como las de viento a todo color y llevándolas a bordo para su consulta más pormenorizada.
A las 3 PM comida en la terraza de La Taberna del Puerto con el mecánico Luis que ya ha finalizado sus tareas de mantenimiento, y con el broker Fernando Yarto y su mujer Angelines, con los que en clave de humor comentamos diversos aspectos del viaje que está a punto de comenzar y fijamos la hora de zarpar para las 20 horas de ese mismo día. ( foto 5)
Preocupación por el estado de la mar, que empeora y nos preocupa, y tras varias consultas de última hora decidimos hacer una prueba inicial con el mecánico Luis a bordo y consistente en un recorrido de 2/3 millas, que resultó satisfactoria, por lo que tras llenar los tanques de combustible y agua hasta la boca en la gasolinera del puerto atendida por el simpático marroquí Día, nos hacemos a la mar los tres tripulantes en el Moramar a las 21 horas, poniendo un rumbo SW que nos llevará directamente al Cabo de Tortosa y la Isla de Buda, en el temido Delta del Ebro.
Cuando apenas había transcurrido media hora de navegación, se salta el piloto automático iniciando el barco una brusca caída a estribor, que nos obliga a gobernar a mano en la oscuridad y entre bamboleos cada vez más acentuados.
Encendemos las luces interiores del puente para revisar el manual de instrucciones del piloto automático, decidiendo tras esto que la proximidad de la antena del VHF incide en la desactivación del piloto automático, por lo que seguimos gobernando manualmente hasta cambiar la antena de sitio en el fly , consiguiendo tener el piloto activado más de tres horas, al cabo de las cuales observamos que también se desactiva el GPS, lo que nos obliga a cambiar su antena de sitio y colocarla en uno de los asientos del puente alto.
Bien pasada la medianoche se acuesta Carlos, cansado por tantos cambios de noche y con viento de fuerza 4/5, continuando la guardia Baldor y Emilio hasta las seis de la mañana del siguiente día, 20-09-00.
Miércoles 20-09-00
A las 6 AM me acuesto en el camarote de proa tras despertar a Carlos, quien sube al puente acompañando a Baldor, que no ha querido descansar aún.
Sueño inquieto hasta las 9,30 AM, hora en la que me incorporo al equipo en el momento en el que se está sopesando la conveniencia de colocar la vela mesana, realizando esta operación Baldor y yo, lo que me proporciona un gran salpicón de una ola cruzada que me obliga a cambiar por completo la ropa. (foto 6)
Viento del NW fuerza 4/5 con rachas de fuerza 6, velocidad de crucero 8 nudos, y buen comportamiento del Moramar que parece que quiere emular a su hermano Tamore en otra singladura anterior realizada por los mismos protagonistas en idéntico recorrido.
Navegamos pegados a la costa para protegernos más del viento, y en dos ocasiones en las que intentamos abrirnos más para dar rumbo al Cabo de la Nao y de paso alejarnos más del Delta del Ebro acortando así el recorrido, hubimos de rectificar y volver al rumbo inicial de la Isla de Buda para poder mantener la velocidad de 8 nudos, máxima que nos permitía el estado de la mar.
Pasamos sin problemas el delta y enseguida comenzamos a ver a una distancia aproximada de 4/5 millas los edificios de Peñíscola, Benicasin, Castellón, y más adelante Oropesa, teniendo que sortear numerosos barcos mercantes y pesqueros que navegaban por aquellas aguas, y detectando una momentánea calma en el Golfo de Valencia que hace resurgir el buen humor y las ganas de comer, por lo que el capitán Baldor y yo preparamos la comida entre equilibrios, risas, y pantocazos, consiguiendo finalmente sentarnos a comer en el salón del puente tras activar el piloto automático.
Sin finalizar la comida observamos que nos estamos cruzando a la mar lentamente, por lo que deducimos que se había desactivado el piloto automático otra vez pero ahora lentamente y sin aviso de alarma, siendo alcanzados de lleno en ese momento por una ola que golpeó el costado de babor produciendo una escora alarmante, que por fortuna solo produjo el vuelco de la mesa y el rompimiento de platos y vasos, además de unas manchas de salsa en los impolutos sofás blancos del salón.
Recogemos los restos de comida y vajilla en medio de un balanceo colosal, y desistimos de usar más el piloto automático que tan malas jugadas nos está proporcionando, por lo que comenzamos a gobernar a mano angustiados por las 800 millas que nos separan aún de nuestro destino en Galicia, cuando son las 18 horas de un atardecer precioso que permite ver con claridad la costa levantina y el horizonte del Mare Nostrum.
A la altura de Denia, el capitán Baldor decide retirarse a descansar a su camarote de popa para reponer fuerzas, quedándonos Carlos y yo en el puente durante toda la noche y turnándonos cada hora para gobernar a mano repartiendo así la fatiga y ayudándonos con ingentes cantidades de café.
Observamos que el motor de babor se calienta algo más de lo normal, por lo que le bajamos de revoluciones para que recupere su temperatura normal de crucero establecida en 82º.
El llevar los motores a diferentes revoluciones, la observación continua de la manometría, carta náutica, GPS, y luces, tener la mar de costado y la mesana desplegada, y los balanceos constantes, todo ello obliga a unas correcciones de rumbo que evitan que aparezca el fantasma del sueño.
Atrás van quedando Alicante, Torrevieja, y la Manga del Mar Menor, mientras la radio de a bordo va desgranando los partes meteorológicos que nos confirman los vientos de NW de fuerza 4/5 y la marejada que sentimos, avistando a las 6 AM del siguiente día el temido Cabo de Palos que identificamos por la luz de su faro.
Jueves 21-09-00
Despertamos al capitán a las 6,30 horas porque nos ofrece dudas el estrecho paso que debemos sortear entre el Cabo de Palos y las Islas Hormigas, además de dos palangres cercanos y bien señalizados con luz. Baldor propone la solución salomónica de rodearlo todo para enfilar Cabo Tiñoso en un rumbo W y pasar Mazarrón poniendo proa directamente al Cabo de Gata.
Así se hace, perdiendo de vista la costa coincidiendo con una bonanza del tiempo que parece milagrosa, lo que me hace solicitar permiso para dormir un rato cuando según la carta que llevamos desplegada en el puente estamos a la altura de Garrucha y son las 10,30 AM. (fotos 7 y 8)
Me despierto a las 13,20 PM, y tras el aseo de rigor alabo las dotes culinarias del capitán que ha preparado un menú especial de buen tiempo, consistente en ensalada, solomillo, y postres de yogur líquido y de chocolate, aprovechando la increíble bonanza meteorológica que nos proporciona una mar enteramente bella en ese tramo de la costa almeriense. (foto 9)
Comenzamos a ver nuevamente la costa y pasamos muy cerca del bello pueblo de San José y sus increíbles y tan salvajes como recoletas playas, con 25 º de temperatura, a una velocidad de 9,2 nudos en mar bella, y con rumbo de 250º W-SW que nos hará entrar enseguida en el Golfo de Almería. (fotos 10 y 11)
Justo al doblar el Cabo de Gata llega un aviso por la radio VHF de ejercicios de dragaminas, afortunadamente por la zona que acabamos de pasar.
Reina la alegría y el buen humor a bordo pese a seguir gobernando a mano, y tras el espléndido refrigerio preparado por el "chef" Baldor nos dedicamos a tareas de limpieza del barco y tomas de posición, primero con el GPS de a bordo y el portátil que lleva Carlos y luego sobre la carta náutica que sigue desplegada como presidiendo el puente. (foto 12)
Aprovechamos para llamar a Gibraltar para ver de arreglar el piloto automático, contactando con la empresa Antonio Bolaños and Son , que además de ser concesionarios de la marca disponen de un competente servicio full-time que no descansa ni siquiera a mediodía para el lunch-time si algún navegante solicita sus servicios, además de estar dotados de utillaje adecuado y conocimientos técnicos, adelantando a Antonio Bolaños que llegaremos sobre las 12 horas del siguiente día.
Pasado el Cabo de Gata, Carlos baja a la máquina para una revisión rutinaria y comprobar el nivel de combustible, mientras el Moramar enfila el riel que traza el sol en su ocaso hacia el W en esa parcela del Mediterráneo azul.
Nuestra euforia comienza a debilitarse justo a la altura de Almería,
al detectarse en el puente un olor sospechoso a quemado que en principio achacamos a la cocina, percatándonos pasados unos minutos que provenía de la máquina, por lo que por primera vez desde que zarpamos de Sitges se bajan las revoluciones de los motores como prevención, bajando Carlos a la sala de máquinas para inspeccionar el origen de ese olor sospechoso, comprobando que el aceite del enfriador del inversor del motor de estribor ha hervido y se ha desparramado por la sentina. Relacionamos enseguida este hecho con el calentamiento anormal que ya habíamos observado anteriormente en el manómetro de temperatura de ese motor.
Decidimos pararle de inmediato, y con el otro motor de babor al ralentí y en punto muerto quedamos a la deriva frente a Almería cuando al sol ya le falta poco para ocultarse y la mar continua tranquila, mientras el capitán Baldor llama a los puertos más cercanos en solicitud de ayuda, que se ve debilitada por lo avanzado de la hora, 19 PM, y por coincidir una huelga de suministradores de gasóleo en España en aquellos momentos. (fotos 13 y 14)
A las 20 horas Baldor contacta con un mecánico del Puerto Deportivo de Almerimar, distante unas 18 millas, quien asegura conocer la avería y disponer de los medios para repararla, por lo que decidimos poner rumbo allí con un solo motor operativo desde donde nos encontramos en la Bahía de Almería hasta Almerimar, (a pocos kilómetros de El Ejido), donde llegamos al filo de la medianoche ayudándonos con el radar y el derrotero de a bordo hasta atracar frente a la Capitanía de Puerto a las 23,15 PM.
Cena reparadora en la terraza del único restaurante que se apiadó de nosotros a esa avanzada hora, y descanso plácido en un Moramar sin balanceos ya, esperando las luces del nuevo día para reparar la avería del inversor del motor de estribor .
Viernes 22-09-00
A las 8,30 AM llega el mecánico José Luis a pie de muelle, andaluz voluminoso dotado de una parsimonia que nos desespera, y casi a empujones le hacemos bajar a la máquina para que revise la avería y trate de repararla como nos prometió el día anterior.
Pronto nos damos cuenta de que la pieza de la que disponía para ello no era exactamente igual, por lo que hubo que hacer un acoplamiento casero para salir del paso haciéndola valer, y mientras Carlos y Baldor presionaban y ayudaban al mecánico José Luis en su tarea, quien esto escribe se dedicó a reponer víveres y adquirir prensa del día en el magnífico puerto deportivo de Almerimar, que abandonamos pasadas las 17 horas PM en una tarde luminosa poniendo un rumbo de 255º W que nos llevaría directamente a Gibraltar, y despedidos cordialmente por José Luis, que según su expresión respiró tranquilo al vernos marchar aliviado de la presión a la que le sometimos en nuestra obligada estancia. (foto 15)
Nada más zarpar establecimos contacto con Gibraltar solicitando del técnico Antonio Bolaños la pieza que precisábamos para concluir con éxito nuestro viaje, comprometiéndose éste a tenerla allí al día siguiente, sábado, y poner a nuestra disposición dos técnicos permanentemente a nuestro servicio hasta reparar las averías del inversor y del piloto automático que tantos quebraderos de cabeza nos estaban dando, anticipándole nuestra llegada sobre las 10 AM del sábado del siguiente día.
Durante esta parte de la navegación por la Costa del Sol avistamos varias manadas de delfines, que evolucionando graciosamente por la proa y costados del buque nos proporcionaron una agradable compañía. Sus lomos, mitad carne y mitad pescado, sirven desde hace siglos y aún hoy de alimento básico para los habitantes de Fanalei, en las Islas Salomón, y sus dientes se convierten en dote para las novias. (fotos 16 y 17)
En este trayecto hicimos frecuentes comprobaciones, (foto 18) bajando a la máquina Carlos para verificar el estado de la reparación provisional realizada en Almerimar, lo que implicaba el tener que retirar para ello la pesada mesa del salón dotada de un rectángulo en su base para servir al mismo tiempo de tapa de la sala de máquinas, y siendo penosa esta operación por el bamboleo del barco en su navegación.
Navegamos sin interrupciones durante toda la noche haciendo comprobaciones de rumbo frecuentes y sin perder de vista los manómetros que nos indicaban el estado de los motores, turnándonos dos de nosotros en el puente para que el otro descansara y gobernando a mano con los ojos muy abiertos.
En el tramo entre Málaga y Marbella y durante el turno de guardia de Carlos y Baldor se produjo un hecho que nos dio un susto mayúsculo proporcionado por un avión que volando a escasos metros sobre la superficie del mar se acercó peligrosamente a nuestro barco y encendió súbitamente en el último momento unos potentes reflectores que nos deslumbraron, obligando a Carlos a hacer un viraje brusco e instintivo a estribor tratando de evitar lo que parecía una inevitable colisión. El estruendo de los motores del avión y el subsiguiente viraje del barco, me hizo despertar alarmado y acceder al puente con mis compañeros, que no salían de su asombro por lo inesperado y extraño del acercamiento de la aeronave.
Este hecho se repitió dos horas más tarde, sobre las 4,30 AM, si bien esta vez la pasada se realizó a mayor altura que la anterior y el susto en contraposición fue menor por la experiencia habida, intentando Baldor establecer contacto por radio con el avión, que no respondió y se alejó en la oscuridad mientras Baldor le increpaba con su repertorio de palabras gruesas fruto del susto recibido. Más tarde nos informaron en Gibraltar que podría tratarse de un avión especial de reconocimiento dotado de los más sofisticados sistemas de navegación, comunicación, y filmación, que se utilizan como vigilancia y control de la zona del Estrecho en la que ya estábamos.
Respetamos los turnos de guardia, incluso con generosidad por parte de los salientes, y sin más incidentes avistamos Gibraltar al amanecer (foto 19) , doblando Punta Europa poco después (foto 20) y pasando frente a la mezquita del Rey Saud ( foto 21) , posándonos suavemente en el muelle de arribada de la Aduana de Gibraltar a las 9 AM, tras 20 horas de navegación ininterrumpida desde Almerimar.
Sábado 23-09-00
Tras presentar Baldor y yo la documentación pertinente a la autoridad portuaria del Peñón, repostamos combustible por primera vez desde nuestra salida de la Costa Brava y atracamos en el puesto nº 3 de Marina Bay que nos asignaron.
Contacto con Antonio Bolaños que se persona en el muelle acompañado de su hijo Errol, comenzando de inmediato la reposición del intercambiador del motor de estribor que ya ha llegado a Gibraltar.
Aparece también el técnico de Furuno que viene a revisar el piloto automático, realizando una reprogramación y puesta a punto del sistema, que es comprobado satisfactoriamente en una prueba de mar por la Bahía de Algeciras, volviendo a nuestro atraque de Marina Bay para que los señores Bolaños acaben su labor, que se ha visto incrementada por la recomendación del técnico de Furuno de acoplar un soporte en el flush gate del puente superior para mejorar la transmisión de serial al puente de gobierno.
Agobiados por las averías y la falta de descanso, nos reponemos con una estupenda comida en la terraza de un restaurante a pocos metros del Moramar, acompañados por otro marino de vocación y gran profesional, Ricardo Freile, amigo común de todos nosotros quien desde su puesto de trabajo en el control del Estrecho se ha desplazado de Tarifa en compañía de su esposa Enri para darnos la bienvenida y pasar unas horas juntos. (fotos 22 y 23) Aún tenemos tiempo para hacer alguna compra apresurada en Main Street antes del tea time, pues se acerca el reloj a las cinco de la tarde y los gibraltareños son respetuosos con la tradición británica del té.
A esa hora nos dirigimos a pie al Moramar, lamentando no tener tiempo de solicitar los servicios de otro amigo de una singladura anterior, Douglas, taxista de La Roca, simpático personaje bilingüe mitad ciudadano inglés y mitad andaluz con gracejo, con quien nos hubiera gustado compartir algo de nuestro escaso tiempo, pero la naturaleza de las averías que estábamos sufriendo nos inquietaban porque aún faltaban más de 500 millas para nuestro destino en Galicia y había que hacerse a la mar lo antes posible aprovechando la bonanza meteorológica.
Café a bordo con Antonio Bolaños y el matrimonio Freile, comentarios a propósito del enclave de Gibraltar y sus peculiaridades, coincidiendo todos en que nos gusta como está, y tras los abrazos de despedida soltamos amarras a las 19 horas PM enfilando la bocana a cinco nudos, con mar bella y viendo las luces de Algeciras por la banda de estribor.
Organizamos de inmediato los turnos de guardia correspondiéndome a mí dormir el primero, cosa que agradecí porque significaba liberarse de la travesía del Estrecho que a aquella hora parecía una verbena por el intenso tráfico, quedándose al timón Carlos y Baldor con la responsabilidad de no salirse de la ruta de travesía en esa zona, circunstancia que me tranquilizó e hizo posible que cayera en un profundo sueño en mi camarote arrullado por el run-run de los motores y el murmullo del agua al ser cortada por la proa de este viejo Grand-Banks, hasta las 5 horas AM del siguiente día en que me despertó Carlos para mi turno en el puente.
Domingo 24-09-00
Inicio de esta guardia con Carlos, que me informa que estamos a la altura de la base militar de Rota distante en línea recta unas 30 millas, cuando notamos un balanceo que va en aumento y sospechamos que es señal inequívoca de que nos estamos cruzando a la mar, como comprobamos tras consultar el rumbo y verificar que otra vez el piloto automático ha dejado de funcionar.
Gobernamos manualmente turnándonos en la caña cada hora, y tomamos marcaciones y situándonos en la carta cada dos horas en previsión de que el GPS nos juegue una mala pasada, cosa que afortunadamente no sucede como podemos comprobar al coincidir cada posición de la carta con la que marca el aparato.
Advertimos que estamos sin cobertura telefónica ni de VHF por encontrarnos en este tramo del Golfo de Cádiz desde Tarifa hasta la costa portuguesa del Algarve y a unas 50 millas de la costa más próxima, cuando notamos que siguen los balanceos a pesar de que el rumbo es correcto, indicativo de que el Atlántico se está haciendo notar.
Por fortuna todo queda en una falsa alarma y respiramos aliviados al filo de las 11,30 AM, pues el viento ha cesado por completo y la mar se va calmando, lo que nos permite mantener sin problemas un rumbo de 300º NW enfilando Lagos donde pensamos recalar y ver el pronóstico del tiempo para afrontar el doblar el Cabo San Vicente y plantarle cara de verdad al Atlántico, incorporándose a la guardia en este punto Baldor, que releva a Carlos. (fotos 27 y 28)
A la altura de Faro, exactamente en la posición 36º 46' N, 7º 56' W avistamos una ballena desde el puente alto en el que estábamos, aprovechando el día de sol radiante maravilloso, viendo emergido el gigantesco lomo en su parte más alta y viendo y oyendo los resoplidos del cetáceo, sumergiéndose y emergiendo parsimoniosamente en intervalos calculados, por lo que paramos la máquina para observarla mejor e intentar tomar algunas fotografías. (fotos 24 y 25)
El cese del ruido del motor hace que se despierte Carlos que acababa de acostarse en el camarote de proa, gozando así también del espectáculo. En una de las esperas para verla emerger de nuevo divisamos que por la popa se nos acercaba un escualo mostrando claramente sus dos aletas, la dorsal y la caudal, que como periscopios de un submarino viviente cortaban la superficie del mar zigzagueando para satisfacer su curiosidad de saber quienes eran los intrusos nautas que perturbaban sus dominios, desapareciendo hacia el fondo cuando casi le podíamos tocar el lomo.
Nuestra atención se centró nuevamente en el cetáceo por lo que describimos un amplio círculo para tratar de acercarnos más, descubriendo en esta evolución varias tortugas, una de ellas de gran tamaño, que tomaban plácidamente el sol en la superficie y que se sumergieron en cuanto detectaron nuestra proximidad nadando magistralmente y con velocidad hacia el fondo, que en ese momento estaba a 780 metros según la sonda de a bordo, y no pudiendo evitar el hacer una reflexión sobre la idea de lentitud que se asocia a las tortugas viendo la rapidez que tienen en este su otro medio natural. (foto 26)
Nos percatamos a las 14,40 PM de que nuestra observación de la fauna marina duraba ya más de dos horas, (foto 29) dando avante a 10 nudos y enfilando el puerto de Lagos en el sur de Portugal en donde arribamos sin ningún problema y con tiempo espléndido a las 18,30. (foto 30) Comentamos la exactitud del GPS de a bordo, que tras más de 100 millas de navegación nos ha situado justo en la bocana del canal de entrada a este puerto.
Enfilamos el canal de entrada al puerto deportivo de Marina de Lagos a una velocidad de 4 nudos y precedidos por un velero de bandera americana, hasta llegar al pequeño muelle existente justo antes del puente móvil, en el que se posó el velero, impidiéndonos a nosotros hacer lo mismo porque su posición en el atraque no nos dejaba espacio, resolviendo la situación con un silbido y gesto amistoso que hizo comprender al patrón del velero nuestra petición de sitio, avanzando éste unos metros más gentilmente para dejarnos el sitio justo pero suficiente, y dando la oportunidad al capitán Baldor de lucirse con sus dotes maniobreras al dar la vuelta completa en un canal de apenas 20 metros de ancho, con viento terral y marea baja que dejaba ver puntas de rocas y escollos en las orillas, hasta posarse suavemente con el costado de babor en el muelle de madera en una maniobra magistral, y con la ayuda de Carlos y Emilio que situados a proa y popa del Moramar contribuyeron a que se realizara impecablemente.
Nuevamente se puso de manifiesto la gentileza de la autoridad portuaria lusa en el trámite burocrático, al no cobrar cantidad alguna por la estancia de unas 5 horas que estimamos estaríamos allí, ni por los casi 300 litros de agua de los que hicimos acopio para llenar los tanques, ni tampoco por depositar la basura que habíamos acumulado y que depositamos allí mismo en el contenedor existente a pie de muelle.
Nos preocupaba el no disponer de moneda portuguesa a las 20 horas de un domingo en esa bella localidad, con los cuatro o cinco cajeros automáticos que vimos en nuestro camino fuera de servicio y las casas de cambio cerradas por ser festivo, por lo que nos dirigimos sin dudar al único restaurante que conocíamos de otra singladura anterior, O Pescador, en la calle Gil Eanes, a cuyo propietario, Joao, preguntamos después de intercambiar efusivos saludos si aceptaría nuestras tarjetas de crédito para poder cenar en su restaurante, viendo el cielo abierto al ver su sonrisa e indicarnos que podíamos sentarnos y ya hablaríamos después.
Mientras aguardábamos a ser servidos sentados en la terraza del establecimiento, Baldor se levantó de improviso dirigiéndose a un kiosko cercano en el que consiguió prensa española del día y lo que no habíamos podido conseguir en los cajeros automáticos, 1000 escudos en metálico entregando moneda española que fué aceptada por el vendedor de prensa. Lo único negativo de aquella cena de camaradas, si es que hubo algo negativo, podría decirse que fué el no poder terminarla y tener que renunciar a los exquisitos postres caseros por no haber en nuestros estómagos sitio para más. (foto 31)
Tras despedirnos de Joao, nos dirigimos a pie al muelle en el que nos aguardaba el Moramar en un agradable paseo de poco más de media hora, revisando inversores y niveles y zarpando al filo de la medianoche poniendo proa a la Punta de Segres, distante 17 millas, con la intención de aprovechar esta bonanza para doblar el temido Cabo San Vicente y poner rumbo a Lisboa, nuestro próxima etapa.
Lunes 25-09-00
Desde la salida de Lagos es Baldor quien se hace cargo del pilotaje, lo que es aprovechado por Carlos y Emilio para retirarse a intentar dormir en el camarote de proa mientras el capitán hace la primera guardia. Se recorren las 20 millas hasta el Cabo San Vicente sin problemas y a pleno rendimiento, y justo al doblar el cabo me despiertan los pantocazos al encontrarnos con una mar de fondo con olas de 2 metros y viento del NW con fuerza 4/5, por lo que subo al puente para echar una mano a Baldor, haciéndolo poco después Carlos quien nos comunica que entra agua en las camas del camarote de proa por una fisura en el tambucho.
Noche agobiante y muy movida, con lluvia de objetos en el interior del puente que salían de los armarios y de la nevera que se abrían solos por las escoras del buque debido a la mar gruesa en la que estábamos, y mucha calma y camaradería entre nosotros que formábamos piña para pasar el trago. Para planificar nuestro trabajo decidimos que se acostara un rato Carlos en el camarote de popa de Baldor, y yo seguí con éste en el puente ayudándole en lo que me pedía y recogiendo y afianzando las cosas que se caían, en una noche oscura como la boca del lobo, con lluvia, viento, y olas de ¾ metros.
A las 5 AM Baldor, con visibles muestras de cansancio que rayaban en el agotamiento, ordenó despertar a Carlos para que se haría cargo del timón y poder él descansar, por lo que de ayudar a Baldor pasé a ayudar a Carlos, quien en un gesto benevolente me recomendó que me echara en el sofá existente en el puente del Moramar, cosa que hice, durmiendo dos horas seguidas entre balanceos y rociones constantes que se estrellaban en los cristales, pero seguro por la confianza que me inspiraba Carlos en su turno de gobierno de la nave.
En esta parte de la travesía de cara al Atlántico pudimos comprobar el excelente comportamiento de los Grand-Banks con mares duras, y agradecimos mentalmente la técnica de los ingenieros que habían diseñado éste muchos años antes.
Al amanecer, dejo el sofá para intentar hacer dos cafés, cosa que consigo entre equilibrios y casi con artes de malabarista, pero que nos confortaron en gran medida a ambos, mientras el capitán seguía durmiendo profundamente resarciéndose de la tensión de los últimos días en los que las averías y la mar nos habían puesto a prueba.
Ya bien entrada la mañana y antes del mediodía observamos que las olas disminuían de tamaño y el viento bajaba notoriamente su intensidad, lo que aprovechamos para activar el piloto automático y relajarnos después de tan dura noche.
A las 13 PM se despierta Baldor cuando la mar no era ya ni la sombra de lo que hasta entonces había sido, anunciando para alegrarnos que por haber sido nosotros buenos chicos él está dispuesto a preparar la comida para todos. Comida que consistió en latas de sardinas y de calamares, y yogur de postre, pero que a la tripulación le supo como el mejor y más sofisticado menú preparado por el chef francés de mayor renombre.
Eufóricos por el inevitable rioja con el que habíamos regado la comida y por la tendencia claramente ya bonancible del tiempo, rebasados ya el Cabo de Sines y el Cabo Espichel, enfilamos el estuario del Tajo entrando directamente en el puerto de Lisboa, (fotos 32 y 34) y amarrando en el muelle de toma de combustible de las instalaciones de Doca do Belem, justo detrás del conocido Monumento a Os Navegantes , a las 15,30 PM. (foto 33)
Repostamos de inmediato 200 litros de gasóleo y revisamos los niveles de los motores e inversores, solicitando y obteniendo permiso para seguir amarrados en ese muelle de toma de combustible (foto 35) hasta las 22 horas de ese mismo día. Limpieza de cubierta y cristales, y ordenamiento interior y de camarotes con miras a dejar todo a punto para la hora de zarpar en esa misma noche.
Desembarcamos a las 17 PM dirigiéndonos a una casa de cambio de la capital lisboeta para obtener moneda portuguesa, tomando a continuación un tranvía que nos llevó por pendientes increíbles al famosísimo barrio del Chiado, entrando en un cibercafé de una de sus transversales en busca de la necesaria información meteorológica que precisábamos para cubrir la última parte de nuestra aventura.
Obtenemos allí abundante y completa información del Instituto de Meteorología de Portugal, mapas en color de olas y de vientos, y mapas de isóbaras del continente, información que imprimimos en su totalidad para un estudio más reposado, y que resumida nos anuncia para hoy un anticiclón de 1030 milibares sobre Azores y una borrasca al oeste de las Islas británicas que augura para los dos siguientes días nublado con aguaceros leves, viento de NW de 30 kms/hora y olas de 2 metros en toda la franja W de la península ibérica hasta el Cabo Carvoeiro.
Salimos al exterior para disfrutar de este otoño en la Lisboa "antigua y señorial" y nos acomodamos en una terraza del propio cibercafé bajo unos árboles centenarios a saborear unas cervezas a la sombra, viendo pasar los tranvías y gente variopinta mientras analizamos la información del tiempo que acabamos de obtener. Prevalece el sentido común sobre el deseo de prolongar la estancia en esta vieja y preciosa ciudad europea, y decidimos acercarnos a pie al restaurante A Cantinha do Bem Estar, para cenar pronto y salir lo antes posible.
Frustación al descubrir que estaba cerrado por descanso, pero animados por las noticias que nos auguraban al menos dos días aptos para la navegación emprendimos el camino de regreso al puerto a pie, deteniéndonos en un restaurante cercano al lugar de amarre del Moramar en el que nos agasajamos con una cena de comida típica portuguesa servida con amabilidad y esmero.
Tras el yantar, soltamos amarras a las 23 PM enfilando la bocana de Lisboa por el canal de salida y muy atentos al balizamiento nocturno, que es complicado por la ingente contaminación lumínica de la ciudad de Lisboa. Lleva el timón Baldor, quien se percata en ese momento de que no funciona la sonda del puente de gobierno, por lo que me ordena subir el puente alto también dotado de indicador de profundidad para verificar si funciona el manómetro de ese puesto, y al ser afirmativa la respuesta quedo allí cantando de viva voz la profundidad cada 15 segundos. Al mismo tiempo Carlos cantaba la enfilación de las luces de salida que íbamos dejando por la aleta de estribor, para facilitar así al timonel la operación de salida en una conjunción de esfuerzos coordinados y con todas las luces del puente apagadas, excepto las de navegación.
Una vez rebasado el amplio canal de salida de Lisboa ponemos rumbo directo al Cabo de Roca, punto más occidental de Europa cuyo faro divisamos ya e identificamos con claridad dejando por la banda de estribor las luces perfectamente alineadas de Estoril y Cascais, y nos preparamos para una noche de balanceos que pensamos que comenzarán en cuanto doblemos el Cabo Roca y tengamos que plantarle cara al viento de NW sin la protección que ahora nos proporciona este conocido accidente geográfico, evocando en ese momento la belleza del lugar del que ahora sólo divisábamos una informe masa oscura, de la que salía acompasadamente y con precisión un mágico haz de luz que iluminaba fugazmente un entorno circular.
Por fortuna esta predicción pesimista no se cumplió, por lo que Carlos se retiró a descansar a su camarote a las 0,50 AM, permaneciendo de guardia en el puente Baldor y Emilio hasta las 3 AM, hora en la que Emilio por consejo de Baldor se fue a compartir camarote con Carlos, permaneciendo sólo en el puente Baldor hasta las 7 AM en que fue relevado por Carlos. (foto 40)
Martes 26-09-00
Comienza mi guardia a las 9 AM reuniéndome con Carlos en el puente en un día con mar en calma y olas tendidas en torno a 1 metro, y sin viento, lo que me permite preparar el desayuno para ambos y acometer con comodidad las tareas de aseo personal gozando de una reconfortante ducha de agua caliente que me tonifica cuerpo y espíritu.
A la altura de Penedo de Saudade y sobre las 10 horas AM nos damos cuenta de que nos acompaña una manada de delfines que evolucionan por ambos costados del barco y por la proa como si quisieran guiarnos y protegernos en esta parte del recorrido hacia el norte, quedando fascinados por sus evoluciones y saltos fuera del agua y a los que estamos a punto de tocar con nuestras manos por la proximidad y precisión de sus piruetas, continuando con nosotros durante más de cien millas hasta Figueira da Foz. (foto 36)
Cuando rebasamos el Cabo Montego, a la altura de Coimbra, nos confortan las llamadas que recibimos del armador Gonzalo y de su amigo Enrique Segrelles, propietario también de un Grand-Banks de nombre Tamore y con el que hicimos una aventura igual a esta, y del broker y amigo Fernando Yarto que nos despidió en Sitges al inicio de esta aventura, interesándose todos por el desarrollo de nuestro viaje y por nuestro estado de ánimo.
A 36 millas de Oporto el radar detecta la presencia de lo que parece ser un barco grande, que luego resultó ser un velero con el que nos cruzamos y con el que intercambiamos saludos. Comentamos a propósito de esto lo importante que resulta para la seguridad en la mar el radar, y si no se dispone de él al menos portar un buen detector para ser advertido por otros buques.
A las 14,30 PM recibimos una llamada del armador para facilitarnos las previsiones meteorológicas de la zona por la que navegamos, cosa que agradecemos a pesar de anunciarnos marejada, decidiendo dejar dormir a Baldor, que muy cansado está en brazos de Morfeo durante casi 8 horas ininterrumpidas.
La anunciada marejada hace acto de presencia apenas dos horas después de rebasado Aveiro, y aunque es sólo marejadilla hace despertar a Baldor a quien informamos de inmediato de las novedades, y le preparamos un desayuno espléndido a esa hora poco habitual en tierra como premio al buen trabajo y profesionalidad demostrados en la travesía, que consume con fruición y buen humor después de asearse minuciosamente y perfumarse discretamente. (foto 37)
Transcurre esta etapa sin más incidentes hasta avistar la bocana de Leixoes, puerto de Oporto, y al comprobar que estamos mal enfilados con respecto a ella nos dejamos caer a estribor para tomar la enfilación correcta, posándonos suavemente en el muelle de espera del puerto deportivo Porto Atlántico a las 19,30 PM.
Es en esta maniobra de atraque cuando Baldor, que va a los mandos, detecta que no es operativo el motor de estribor al no hacer avante ni atrás, decidiendo desembarcar para formalizar nuestra corta estancia y recabar la intervención de algún mecánico para chequear la nueva y reiterada avería, que en todo caso no nos va impedir finalizar nuestra travesía en Galicia aunque para ello tengamos que cubrir la última etapa con un solo motor, lo que representaría según nuestros cálculos una demora de unas tres o cuatro horas solamente.
Tras abonar un conto de 1000 escudos en la misma capitanía de puerto de Porto Atlántico, vemos la previsión meteorológica que afortunadamente es favorable y solicitamos los servicios técnicos para estudiar la nueva avería del motor de estribor. Minutos después acompañamos a dos mecánicos designados para ello al Moramar, advirtiendo con sorpresa que el motor funciona y hace normalmente las funciones de avante y atrás, por lo que atribuimos la anomalía detectada a alguna broza o suciedad en la válvula interna de accionamiento del mando del inversor, decidiendo no profundizar más en su origen ya que en caso de repetición cubriríamos las 80 millas que nos separan de nuestro destino en Sanxenxo con el motor de babor aprovechando la bonanza del tiempo.
Con el ánimo en alza pese al cúmulo de averías, ninguna grave por fortuna, decidimos reponer fuerzas yendo a cenar al restaurante de Leça Da Palmeira, junto a Leixoes, O Bem Arranjadinho , distante unos 500 metros de nuestro lugar de atraque y que resultó ser una agradable sorpresa gastronómica que agradecimos a la Providencia y al olfato de nuestro capitán, que fue quien propuso la idea.
Reconfortados, emprendimos a pie el camino de regreso al Moramar, que nos proporcionó otro susto al no arrancar los motores en dos primeros intentos dando la impresión de que las baterías estaban bajas de carga, aunque arrancaron al tercer intento permitiéndonos zarpar sin problemas y poner rumbo a Sanxenxo, y por enésima vez sin funcionar el piloto automático.
Transcurridas apenas dos horas de esta última etapa nocturna, Baldor y Carlos insisten en convencerme para que me retire a descansar, sospecho que por razones de edad y en un acto de camaradería que les honra, cosa que esta vez hago en el espacioso camarote de popa a condición de que sería despertado si se precisara mi colaboración.
Tras sortear los numerosos obstáculos de este tramo, tales como las Islas Cíes, las artes de pesca en superficie, y las numerosas pequeñas embarcaciones de bajura que faenaban en la franja costera (foto 38) , avistamos Sanxenxo al amanecer, envuelto en una bruma fantasmal que poco a poco iba diluyéndose como si quisiera darnos la bienvenida al término de esta aventura que emprendimos voluntariamente y que reforzó más nuestros vínculos de amistad. (foto 39)
Miércoles 27-09-00
A esa hora temprana de las 9,15 AM en que arribamos a Sanxenxo ya había un celador del puerto a pie de pantalán que nos indicó que el nuestro era el nº 22, a donde nos dirigimos al pal y pal amarrando. Arranchamos interiormente la embarcación eliminando alimentos perecederos que no se habían consumido, ubicando debidamente menaje y pertrechos, y ordenando también los objetos personales que habíamos utilizado en esta travesía de exactamente 1122,3 millas náuticas, según la corredera de a bordo. (foto 41)
Pasadas las 11 horas Baldor y Carlos deciden acostarse en el camarote de popa para intentar dormir un poco con la satisfacción del deber cumplido, mientras que yo me dirigí hasta el Club Náutico para reunirme con Víctor Canal, piloto también de la marina mercante y con quien estábamos citados para que nos trasladara en su coche a Santander, y a quien comenté en líneas generales las peripecias de nuestro viaje mientras nos dirigíamos a un restaurante del puerto, de nombre A Goleta, en el que nos homenajeamos con una inolvidable y exquisita comida a base de calamares frescos regados con dos jarras de un insuperable Albariño. (Pocos meses después de esto, Víctor fallecía de forma trágica, correspondiéndome a mí el descubrir su cadáver en el garaje de su finca de Cubas. El dolor y la consternación que me produjo esta pérdida ha retrasado la confección de este relato, abrumado por el final de una verdadera amistad que duró más de 40 años)
A las 21 horas Víctor nos trasladó en su coche a la cercana localidad de Carril, en la que estábamos citados con el armador Gonzalo y con el común amigo Enrique Segrelles, armador del Tamore y conocedor de nuestro quehacer marinero por una experiencia anterior similar a esta, degustando una pantagruélica cena que ambos habían encargado para la ocasión.
Fue entonces cuando nos apercibimos de que la gestación de esta aventura tenía mucho que ver con este hombre, gran vitalista y eminente ginecólogo, enamorado del mar y de su bella esposa Carmen quien con su avanzada percepción supo adivinar que esta aventura sería un éxito, propiciando el que se realizara con nosotros como protagonistas.
Tras disfrutar en la sobremesa de su humor picante, que en boca de otros podría resultar soez y en la suya resultaba gracioso y fino, nos trasladamos en tres coches al puerto deportivo Portomar, lugar de atraque del Moramar en Sanxenxo, con intención de descansar a bordo antes de emprender el regreso a casa, rechazando la invitación de nuestros anfitriones por preferir la austeridad del barco que había sido nuestra casa durante los diez días de travesía.
En este tramo terrestre final vivimos la última anécdota del viaje al presenciar como se retuvo durante algunos minutos el coche de Enrique Segrelles en un control policial, al infundir sospechas de que podría tratarse de un capo de la droga a juzgar por su vehículo de gran cilindrada y lujo y su aspecto físico imponente.
Al filo de las 4 de la madrugada nos acostamos todos en el Moramar, teniendo que despertar a las 8,30 a Baldor, que se había dormido y estuvo a punto de perder el avión que debía trasladarle a su lugar de residencia en Mallorca, emprendiendo el regreso a Santander por carretera Víctor, Carlos, y el que esto escribe, con el cuerpo cansado pero con el espíritu rejuvenecido y agrandado por coronar con éxito esta segunda vuelta a la península ibérica.
Si nuestra aventura sirve para aumentar el conocimiento y estimular a los indecisos, nos daremos por satisfechos.
Emilio García
Septiembre de 2002